domingo, 17 de septiembre de 2017

CHURCHILL

SOLIDEZ
Si tuviera que definirla con una sola palabra, diría que esta es una película sólida: correctamente dirigida, muy bien interpretada (en particular por Miranda Richardson, John Slattery y todos los secundarios, mejor que Brian Cox que tiene tendencia a pasarse), y, como es tradicional en el cine inglés, maravillosamente ambientada.
Pero ¡Ay! por un lado se queda corta y por otro derrapa. Corta porque su escaso presupuesto no permite una sola escena bélica, que en algún momento serían absolutamente necesarias (sea Gallipoli o el Londres arrasado por los bombardeos, y derrapa porque el guion nos muestra a un Churchill no solamente opuesto a la operación Overlord por motivos humanitarios, sino totalmente alienado, enloquecido, y fuera de la realidad, incapaz de reconocer que su tiempo ha pasado y a punto de emprender la retirada, olvidando que volvió a ser elegido primer ministro en 1951. Tal y como lo vemos aquí, el país, no la guerra, está dirigido por su mujer. Hay que entender que resulta difícil hacer una película bélica sin que la guerra aparezca, y ahí es donde ese director de nombre casi imposible, Jonathan Teplitzky, fracasa, al presentar un protagonista por el que todo su entorno siente un considerable desprecio, olvidando su carisma personal y los logros que lo hicieron famoso.

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